En una de las tantas llamadas de pésame que recibí cuando murió mi madre, la compañera Patricia Vázquez me dijo que la pérdida de Olga era irreparable, en ese momento respondí “...¿qué perdida de un ser querido no lo es?...”.

A medida que el tiempo transcurrió fui sintiendo el peso de ese comentario. El espacio que dejó sigue vacío, su modo de hacer la cantidad de cosas que realizaba, no podemos reproducirlo, no lo encuentro en las actividades que sus hijos llevamos adelante. Y aunque pretendamos guapear convenciéndonos que podemos con lo que nos dejaron los viejos, la verdad es que sin ellos es más difícil.

Esta mañana, cuando me contaron que el negro Rios había muerto, volví a sentir ese peso.

Es una zoncera que hoy me lamente a 1.193 kilómetros de distancia el no haberle contado del cariño que Olga le tenía, lo importante de su presencia y constancia en esta
tarea, continuar nuestras charlas en la cocina de la vieja, plato de locro y vaso de vino mediante, sobre los hijos, los amigos comunes...

Para no seguir reprochándome lo que no hice, elijo recordarlo bailando con la Olga Márquez, la zamba carpera, repiqueteada, como a ella le gustaba, (la “Zamba del negro alegre”, que acompaña estas líneas), una noche de invierno en el Club Herminio Arrieta de Libertador...

Hasta la victoria, siempre, compañero.

Olguita, Adriana, Luis y Ricardo Arédez

Comentar este artículo