(Por ACTA) "El comportamiento de los “titanes” de la escena internacional merece una reflexión para la región y el mundo, cuando el compromiso por la ayuda humanitaria y la solidaridad se manchan de intensiones imperiales de afianzar los lazos de dependencia. La ayuda humanitaria no puede ser violenta ni implicar la militarización de un país por parte de la mayor potencia económica y militar del globo", dijo Adollfo Aguirre, secretario de Relaciones Internacionales de la CTA.

"Como es de público conocimiento, un intenso terremoto desmoronó las familias, las casas y el suelo haitiano el pasado 12 de enero. Las cifras de víctimas son desoladoras y más aún las imágenes de los ojos aterrados de los sobrevivientes posados en sus muertos sin lecho y en los escombros de sus vidas. Nadie puede mantenerse indiferente ante la catástrofe y el dolor. Sin embargo, el comportamiento de los “titanes” de la escena internacional merece una reflexión para la región y el mundo, cuando el compromiso por la ayuda humanitaria y la solidaridad se manchan de intensiones imperiales de afianzar los lazos de dependencia. La ayuda humanitaria no puede ser violenta ni implicar la militarización de un país por parte de la mayor potencia económica y militar del globo", comienza diciendo el dirigente de la Central en un comunicado de prensa.

Y continúa: "Es necesario recordar que el 29 de febrero del año 2004, una intervención militar franco-norteamericana destituyó al presidente haitiano Jean Bertrand Aristide. Posteriormente, este golpe de estado fue reforzado y "legitimado" con la presencia de tropas militares que integran la Misión de Estabilización de Naciones Unidas para Haití (MINUSTAH), con efectivos de diferentes países de América Latina (entre ellos de Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Ecuador, Guatemala, Perú, Bolivia y Paraguay), y de otros continentes, comandados y financiados por EE.UU. y Francia.

"La coalición golpista y Washington aprendieron de un error previo en el caso venezolano: en vez de detener temporalmente a Aristide, el embajador de Estados Unidos puso al depuesto mandatario haitiano en un avión y lo envío a República Centroafricana (donde también había un gobierno de facto desde el 2002) y el golpista François Bozizé hizo redactar una nueva Constitución y resultó electo presidente de Haití en 2003. Fue el antecedente inmediato de lo que luego se constituyó como el primer golpe de Estado exitoso en Centroamérica en el siglo XXI: el perpetrado contra el presidente de Honduras, Manuel Zelaya el 28 de junio del año pasado. "Ya en ese entonces, la ansiedad de “hacer algo” por Haití condujo a varios países de Latinoamérica a emprender una intervención diplomática y militarmente mal concebida en su origen; pobremente implementada en ejecución y carente de propósitos políticos rigurosos y mensurables. Antes de que la naturaleza golpeara con fuerza, la intervención militar desplegada desde 2004 en Haití había fracasado en términos de pacificar el país, estabilizar la situación política, reconciliar la sociedad y traer algún tipo de mejora en la calidad de vida de los haitianos. Haití es, en el plano regional, lo que han sido otros esfuerzos de “coaliciones de voluntarios” como Irak y Afganistán. Washington determina el objetivo y luego invita y moviliza el consorcio de países participantes en una acción militar.

"Hoy es evidente y urgente la necesidad del pueblo haitiano por asistencia coordinada, rehabilitación y toda solidaridad que pueda constituir los nuevos cimientos de este país devastado. La ayuda debe encaminarse a una reconstrucción con una lógica soberana y de cooperación solidaria, para dejar atrás la ocupación dependiente y el aprovechamiento de las Instituciones Financieras Internacionales por seguir dando créditos y condenando al país a ser deudor de cuentas imposibles de cobrar. La misión fracasada de la MINUSTAH y la militarización estadounidense deben dejar el suelo haitiano. La ayuda entre pueblos no puede ser violenta; la ocupación no es solidaridad".

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