El movimiento obrero, mayoritariamente peronista, resistió heroicamente durante los años posteriores al derrocamiento del gobierno de Perón en 1955. Felipe Vallese y su martirio personifica aquellas luchas y fue el primer detenido-desaparecido del país.

El 23 de agosto de 1962, frente a su casa en Canalejas (hoy Felipe Vallese) 1776 , barrio de Flores, en la Capital Federal, fue secuestrado por un grupo de tareas de la Policía Bonaerense un joven obrero, afiliado a la UOM (Unión Obrera Metalúrgica Capital) y activo delegado. Fue brutalmente torturado por personal de la siniestra Departamental de San Martín. Vallese tenía 22 años y su cuerpo nunca fue encontrado.

La represión no frenaba al movimiento obrero

La dictadura de Aramburu-Rojas se asentó en la proscripción al peronismo y la brutal represión a los trabajadores. Los fusilamientos de 1956 de dos militares en la cárcel de Las Heras, y de sencillos trabajadores en los basurales de José León Suárez, pese a su ferocidad, no lograron impedir la resistencia obrera contra la “revolución fusiladora”.

Así se fueron recuperando los sindicatos, y luego la CGT. A fines de la década de los cincuenta nuevamente se convocaban a elecciones presidenciales. Frondizi (gracias al apoyo que le dio desde el exilio el general Perón) asumió el gobierno en 1958. Pero rápidamente confirmó su carácter proimperialista y patronal, enfrentando al movimiento obrero, que lo combatió con grandes huelgas por gremio y la heroica lucha contra la privatización del frigorífico Lisandro de la Torre. A fines de 1958 Frondizi decretó el represivo Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado).

Fueron años de ascenso y también retrocesos del movimiento obrero y estudiantil, de inestabilidad política y crisis militares, que culminaron en la forzada renuncia de Frondizi en marzo de 1962, con la asunción de José María Guido.

La resistencia peronista

La disposición del movimiento obrero a reorganizarse y movilizarse estaba presa de una contradicción de hierro. Por un lado, la combatividad y heroísmo de las bases y los nuevos activistas y, por el otro, las negociaciones y traiciones de la cúpula sindical burocrática y de los dirigentes políticos del movimiento peronista, “la expresión patronal del pueblo argentino”*.

La corta vida de Vallese en gran medida sintetiza esta contradicción. Apenas tenía 15 años cuando cayó Perón, y pertenecía a una familia obrera peronista, de inmigrantes italianos. En 1958, con solo 18 años, ya era elegido delegado en la metalúrgica TEA (Transfilación y Esmaltación de Alambres) del barrio de Flores. Era uno más de esa juventud obrera que se iba sumando a la reorganización desde las bases para recuperar los cuerpos de delegados, los sindicatos y la CGT intervenidos, y daba a luz a las “62 Organizaciones”. Al mismo tiempo, estudiaba por la noche en la secundaria, y defendió en las calles la enseñanza laica contra la “libre”, aquella entrega hecha por Frondizi a la Iglesia y contra la escuela pública. Al año siguiente, luchó contra la privatización del frigorífico Lisandro de la Torre. Fue preso un par de veces por la policía de ese gobierno engendrado por la orden de Perón, y formó parte de la conducción de la Juventud Peronista, fundada en la clandestinidad.

“Un grito que estremece, queremos a Vallese”

El diario El Mundo decía el 25 de agosto de 1962: “Rarísimo suceso en Flores Norte, que la policía dice ignorar. Frente al 1776 de Canalejas, a las 23:30 del jueves, un hombre fue secuestrado. Desde hacía varios días, había autos ’sospechosos’ en las inmediaciones. Una estanciera gris frente a aquel número; un Chevrolet verde en Canalejas y Donato Álvarez. Y un Fiat 1100 color claro, en Trelles y Canalejas. Dentro de ellos, varios hombres. Y otros, en las inmediaciones de los coches. A la hora citada, el automóvil de Donato Álvarez hizo guiños con los focos, señalando el avance del ’hombre’. Le respondieron, y todos convergieron sobre él. Se le echaron encima y lo golpearon. Y pese a que se aferró con manos y uñas al árbol que está frente al número señalado, lo llevaron a la estanciera gris, que partió velozmente con las puertas abiertas”.

En otros operativos fueron detenidos también el hermano de Vallese y otros activistas y dirigentes de la JP. Luego de torturas brutales, al tiempo todos recuperaron la libertad, salvo Felipe. La UOM, los principales gremios y la CGT comenzaron una campaña por Vallese. Nunca se encontró su cuerpo.

Destino de genocida

En aquel entonces, los autos fueron Chevrolet y estancieras, luego serían los Falcón verdes. Un represor fue el mismo: Juan Fiorillo.

Cuando secuestró a Vallese, Fiorillo era jefe de la Brigada de Servicios Externos de la Unidad Regional San Martín. Gracias a los reclamos, los abogados de la UOM, Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde lograron su identificación y detención, pero luego recuperó la libertad.

A partir de 1974 se lo ubica como integrante del grupo de tareas de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A). Después del golpe de 1976 colaboró estrechamente con el por aquel entonces jefe de la policía provincial, el genocida y torturador Ramón Camps. Cuando falleció en mayo de 2008, Fiorillo iba a ser juzgado por delitos de lesa humanidad como parte de la megacausa contra Miguel Etchecolatz. Vivía en su casa de Villa Adelina con arresto domiciliario.

El repudio a los genocidas de la última dictadura militar le da continuidad a la larga lucha de los trabajadores y el pueblo argentinos, y retoma la memoria de Vallese. Su asesinato quedó impune, pero finalmente se logró encarcelar al genocida que lo mató, cumpliendo la promesa de las marchas populares: “como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar”.

Nahuel Moreno Argentina, un país en crisis. Textos de Palabra Obrera de 1963-64.

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