En definitiva, se trata de un régimen que profundiza la primarización de la economía, favorece la desindustrialización, no genera nuevo empleo en términos netos sino que, por el contrario, puede contribuir a la destrucción de puestos de trabajo, desfinancia al Estado (en sus distintos niveles), alienta las importaciones y no garantiza una mayor disponibilidad de divisas en el mediano plazo a partir de las exportaciones que se pudieran realizar, todo ello sin siquiera considerar las consecuencias ambientales del tipo de inversiones que se buscan alentar.

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