Si hay algo que interpretó de manera acertada la CTA en el mundo del trabajo, es el sentido del momento histórico. Desde sus inicios y a lo largo de su historia, repensó la relación capital- trabajo sin quedarse en posiciones ortodoxas o quietistas, buscando representar a la mayoría de los sectores populares. Desde esa perspectiva, sindicalizó a muchísimos trabajadores que no se encuadraban en los cánones de la CGT, incluyendo a desocupados. En un mundo dominado por la pandemia del COVID-19, aparecen nuevas “formas laborales” o se renuevan viejas formas de flexibilización laboral. En este contexto, El Grito del Sur se comunicó con Hugo Yasky para conocer su opinión sobre el teletrabajo, las plataformas y el futuro del mundo sindical.
Estás elaborando un proyecto de ley sobre el teletrabajo. ¿Cuál es la importancia de regular esta modalidad y cuál es el diferencial de su proyecto con respecto a los que se han presentado?
En la comisión, a esta altura, ya tenemos 16 proyectos presentados. Los que tienen origen en diputados o diputadas del Frente de Todos, tienen una matriz común: tratar de salvaguardar los derechos de los trabajadores ante el avance de lo que algunos veían como una realidad que se estaba instalando en el mundo laboral y que la pandemia ha instalado como parte del presente. Nuestro proyecto en particular, fue redactado con el aporte de distintos sindicatos que componen la CTA y que ya conviven con esta realidad. Básicamente, lo que dispone es algunos ejes que salvaguarden el derecho del trabajador a aceptar la condicionalidad que impone el teletrabajo. Resguardamos el principio de voluntariedad en ese sentido. Tratamos de ser muy específicos en el resguardo de los derechos a la actividad sindical, ya que creemos que el trabajador no puede ser obligado a tomar distancia de la organización sindical, ni puede ser enajenado de ese derecho por más que se modifique su condición de trabajo. Otro principio que ponemos con mucho énfasis, es el derecho a la desconexión virtual y la delimitación clara de los horarios de descanso, porque hay una tendencia con el teletrabajo a que esos horarios se vayan extendiendo y terminen siendo invasivos en la vida de cada trabajador. Resguardamos todos los derechos contenidos en los convenios colectivos de trabajo y establecemos también una condicionalidad, que es que el trabajador o trabajadora tengan asegurados una parte de su tiempo laboral con carácter presencial, es decir, un determinado porcentaje de sus días o horas de trabajo en un lugar físico, de manera tal que siga manteniendo el contacto con el colectivo al que pertenece. Éstos son los lineamientos generales con los cuales tenemos que evitar lo que sucede en empresas cuyo arquetipo sería Silicon Valley: un contrato cada vez más individualizado, una relación cada vez más asimétrica entre el trabajador y el grupo que lo contrata. Y una especie de “relación líquida”, en donde los derechos colectivos tienden a transformarse en transacciones mediadas por el individuo y el agente que lo contrata.
Teniendo en cuenta que esta modalidad rompe con la relación social clásica del trabajo, donde el empleador pone los medios de producción y el trabajador su fuerza de trabajo, ¿es posible pensar un sindicalismo sin lugar de trabajo?
Yo creo que el sindicalismo tiene que sobrevivir a estos cambios. Por supuesto, el mundo empresario trata de avanzar con la llegada de las nuevas formas de trabajo, para tratar de diluir la organización de los trabajadores, para llegar a un «mundo perfecto» para las patronales, en donde el sindicato desaparece por obra y gracia de estas nuevas condiciones. Es una utopía patronal que nosotros tenemos que tratar de que no se convierta en una profecía autocumplida. Ellos van a intentarlo, pero el poder del Estado, la existencia de gobiernos populares y la resistencia del movimiento sindical tienen que constituir una articulación que impida que el cambio de las formas de realización de determinados trabajos signifique la expulsión de los derechos que, como clase, tienen los trabajadores. Nosotros estamos absolutamente decididos a ser intransigentes: no se puede utilizar una transformación en la forma de producir el trabajo, para tratar de incentivar a través de eso, la desaparición del sindicato, y sobre todo sentar una suerte de captura de la libertad del trabajador, como parte de una modernidad que, en esas condiciones, se asemejaría más a los inicios de la revolución industrial, cuando el derecho a la sindicalización era negado con leyes represivas.
Otra modalidad laboral que ha tenido un gran protagonismo durante la cuarentena es la de las aplicaciones de delivery. Se están elaborando varios proyectos de ley para la regulación de estas aplicaciones digitales. ¿Qué deberían contemplar esos proyectos teniendo en cuenta que muchas veces se oculta la relación de dependencia que existe entre los repartidores y las apps?
Ese es un terreno todavía más difícil por el hecho de que esas plataformas son como gaseosas. Son inasibles, no solamente para el Estado en Argentina, sino en muchos países: tratan de eludir la legislación nacional, de aparecer bajo la pantalla de oficinas que operan para casas matrices que están fuera de los países. Hay que tratar de seguir algunos buenos ejemplos: hubo un avance interesante en España y estamos atentos a esto. Además, la discusión de esas reglamentaciones las tenemos que hacer en el marco, en el caso de nuestra CTA, de la pertenencia de una confederación sindical internacional que tiene que velar en este momento por establecer pisos de derecho a la sindicalización a las que estén obligadas todas las empresas, independientemente del lugar desde donde operen. Porque, en definitiva, lo que tenemos que hacer valer en cualquier ley que hagamos, son los principios de las leyes nacionales.
Otro tema de la agenda legislativa es el impuesto a las grandes fortunas. Esta semana, el Congreso chileno dio un primer paso para establecer la creación de un impuesto del 2,5% sobre las mayores fortunas del país, mientras en la Argentina el proyecto lo contempla sobre alrededor del 1%. ¿Cómo avanza el debate en nuestro país y qué posibilidades existen de alcanzar un mayor porcentaje?
En la Argentina está planteado sobre el 1,5% y pone como sujeto del tributo a unas 12.000 o 15.000 personas físicas, con un cálculo de recaudación que rondaría por los 3.500 millones de dólares, como un primer paso de emergencia ante esta situación que estamos viviendo. Esto sería la puerta de entrada a un debate que inevitablemente tendremos que dar en nuestro país, por la dimensión que está asumiendo la crisis económica que se deriva de la situación de la pandemia. Y es el debate en torno a la necesidad de que nuestro Estado tenga los recursos necesarios, ya no solamente para enfrentar las condiciones de la crisis actual, sino lo que va a sobrevenir una vez que hayamos entrado en lo que algunos denominan “la nueva normalidad”. En la Argentina tendremos que discutir una reforma tributaria para cambiar la lógica de nuestro sistema que hoy recae sobre el consumo y sobre el salario de los trabajadores principalmente, con el IVA y el impuesto a las ganancias. Tenemos que ir a un sistema tributario que sea capaz de gravar algunas formas de renta que aparecen invisibilizadas, inasibles, como la actividad financiera, las grandes riquezas personales o las operaciones de las grandes empresas, que son las que se favorecen con un sistema tributario al que casi siempre eluden en base a una sofisticada ingeniería que funciona a través de consultorías que se encargan de la evasión impositiva. Siempre el salvataje queda en manos de los que tienen el poder y, en ese sentido, es importante lo que mencionás de Chile, lo que están discutiendo en Europa, para revertir el discurso que intentan imponer algunos grandes medios de comunicación de la Argentina, haciendo ver como que este tipo de debates es un delirio propio de algunos afiebrados populistas, mientras que el mundo no pierde tiempo en discutir estas cosas. Creo que está claro que mienten, pero habrá que ser capaces de afrontar este debate, donde hace falta coraje político, pero también mucha convicción.
Volviendo al mundo sindical, muy pocas paritarias pudieron llegar a un acuerdo en medio de la cuarentena y todavía no han cerrado ninguna de las identificadas como “de referencia”. ¿Cómo se van a resolver las negociaciones colectivas este año?
Creo que es natural que las paritarias en estas condiciones no cierren. Hay que pensar que nosotros estamos maniatados en nuestra capacidad de movilización, en nuestra capacidad de acción colectiva, que es esa fuerza que muchas veces termina siendo definitoria cuando una paritaria se empantana. Las patronales, los grupos empresarios, siguen teniendo intacto todo su poder de fuego, que es el lobby, que es la presión, que es la utilización de las fundaciones y los formadores de opinión que ellos financian para instalar sus intereses como sentido común de la sociedad. En una situación como ésta, donde no sabemos a ciencia cierta cómo va a ser la evolución de la variable económica y en la que no tenemos nuestra fuerza en condiciones de ser movilizada, es natural que haya cierta cautela y se trate de dilatar el cierre de la paritaria. Hoy, lo que hay que defender es lo inmediato, que es mantener los empleos, garantizar que las empresas que no tienen actividad cubran una parte del salario y tratar de impedir que el vínculo laboral se extinga, porque de ahí no se puede volver.
En la campaña electoral se habló mucho de que esta nueva etapa tenía como desafío la unificación de las centrales obreras. ¿En qué situación se encuentra ese proceso?
Está prácticamente congelado. Creo que la CGT volvió a una especie de hibernación, en la que se encuentra en este momento. Digo volvió porque durante el macrismo tuvo una larga temporada de siesta. Hoy tenemos una CGT que tampoco expresa una unidad, porque el sector que suele aparecer asumiendo algún espacio en las convocatorias públicas, no deja de ser la representación de una parcialidad. Luego están otros sectores que han jugado un papel importante, como han sido la Corriente Sindical, el Frente Sindical para el Modelo Nacional, pero todo eso todavía está en una especie de imagen detenida. El congreso de agosto, que era el que iba a determinar hipotéticos cambios, frente a los que teníamos una lógica expectativa para avanzar hacia la unidad, seguramente se postergue. Así que eso está un poco ralentizado, en una especie de cámara lenta.
Desde varios sectores políticos e intelectuales se habla de que el mundo no será el mismo después de esta pandemia. ¿Cómo imaginás el mundo del trabajo después del COVID-19?
Hay muchos sectores muy poderosos, alistados y preparados para convertir eso que discursivamente suena bien, “que el mundo ya no podrá seguir siendo el mismo”, para convertir eso en una situación de mayor fragilidad y retroceso para los trabajadores y los sectores populares. Hay algunos intelectuales que, habida cuenta de cómo se resolvieron las crisis del capitalismo en otras etapas (la de 2008 es la última, pero también está la de 1929) no se permiten ser demasiado optimistas. Hay quienes piensan que el desarrollo de la ciencia y la tecnología, el teletrabajo, la irrupción del 5G y de las nuevas tecnologías, va a servir para reducir todavía más las oportunidades de empleo, para maximizar las rentas. Si partimos de la base de que se van a perder millones de puestos de trabajo, evidentemente con ese escenario de fondo, uno no tendría que ser demasiado optimista. Gramsci decía que él era “pesimista desde lo racional y optimista desde la voluntad”, y creo que eso expresa bastante la situación a la que nos vamos a enfrentar. Tenemos que ser optimistas desde la voluntad, nada de lo que pueda cambiar para bien, va a cambiar por sí mismo. Nada va a caer de maduro; al contrario, la inercia va a ser para que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres. Y si eso logramos que no sea así, es porque en el medio hubo organización, movilización, luchas populares. Lo que hoy estamos viendo en EE.UU., algo que no se imaginaba el común de la gente que pudiera verse, nos tiene que fortalecer en esa idea. Lo que pueda cambiar para bien va a cambiar si hay lucha y presencia del movimiento popular, en la disputa de ese nuevo mundo.