Me llamo Germán Abdala, hijo de Manzur Abdala y de Ana Mercedes Fulca. Nací el 12 de febrero de 1955, es decir, tengo treinta y ocho años; soy hincha de Boca Juniors, peronista de origen y frentista por vocación; morocho y argentino, mi vieja me dio a luz en Santa Teresita, allá en el sur de Buenos Aires, justo donde empieza el sur del mar Atlántico. Caminé por muchos oficios tocando de oído en todas partes, pero eso sí, dejá bien asentado que por sobre todo fui y soy un militante popular.

Nací en el 55, en un pueblito hermoso que se llama Santa Teresita, al lado del mar. Nací en una estancia, porque no había médico en el pueblito, había unas diez casas en ese momento y el médico atendía en una estancia que se llamaba “La Linconia” en General Lavalle, entre Lavalle y San Clemente, los pescadores deben conocer esa zona, es hermosa, hay corvina negra y corvina rubia en el verano.

Mi viejo nació también ahí, en General Lavalle, que es un pueblo del far west, un pueblo que quedó en el principio del siglo, porque tenía el saladero en un riacho que entraba del mar y fue donde se asentaron los primeros saladeros en el siglo pasado; entonces en el siglo pasado General Lavalle parecía Suiza pero cerró el saladero y quedó ahí eso parado. Pero es algo para ir a ver porque es eso, una foto del principio de siglo.

Mi viejo era comerciante como mi abuelo, tenía negocio de ramos generales en ese entonces, como todos los turcos, y después se fue a Santa Teresita y puso un negocio, y ahí nacimos mis dos hermanas, Analía y Mirta, y yo; tuvimos una infancia muy linda la verdad, una infancia con mucho contacto con la naturaleza, eso de andar en patas todo el día... Cerca del mar, hermoso, con gusto a sal todo el día.

En Santa Teresita comencé la escuela, hice primero inferior, superior y segundo grado en la Escuela Nº 7. Luego nuestros viejos decidieron internarnos en el Instituto Vernié de San Clemente. A mí me tocó el colegio de curas y a mis hermanas el de monjas. Corría el año 1964 y eso duró hasta el 67.

Es cierto que allí conocí la soledad y las primeras tristezas. Extrañaba a mis viejos,
a mi perro abandonado en Santa Teresita, al caballo del sodero, al fotógrafo amigo, a
todos extrañaba pero, eso sí, cuando más triste estaba, más me acordaba de la playa y del muelle de mi pueblo.

No me veo sin el mar. No me siento yo. No me imagino la vida sin el mar. Sería como querer imaginarme la vida sin amigos, sin un buen vino tinto, sin una mujer desnuda, como canta Serrat a Benedetti ¿no?

En 1968 me fui a vivir a Buenos Aires, al departamento de mi vieja con las mellizas. Ingresé en la escuela secundaria, en el Colegio Manuel Belgrano, y allí hice hasta 5º año, en 1972, pero no me recibí porque no quise presentarme a rendir las materias que me había llevado a examen.

Claro, como buen pibe de los 70, concientizado, ideologizado, peronizado hasta los huesos, fui capaz de leerme a todo Perón, Cooke, Mao, pero ¡nada de Lengua ni de Matemática! Qué desastre ¿no?

Por esa época (1972) yo había cumplido ya los diecisiete años y me sentía un hombre en toda su dimensión. Militaba poco en el Centro Estudiantil del Colegio. Le daba más bola a la militancia en la villa de Parque Patricios y en otra de Barracas, me gustaba estar con la gente del lugar, escucharlos todo el tiempo y, por qué no, que me escuchasen a mí.

Por ahí anda, en algún lugar perdido, una tapa de la revista El Descamisado donde aparezco con los compañeros de la villa, llevando una bandera a Ezeiza el día que volvió Perón, el 20 de junio de 1973.

Tuvimos coraje y huevos para enfrentar a los fachos que tiraban desde el palco pero cuando volvía a casa, casi a la medianoche, y mi vieja me vio todo embarrado, sucio y dolido por dentro y por fuera, volví a ser un pibe mientras ella me gritaba: “¿Adónde estuviste, Germán? ¡Mirá cómo viniste! ¡Ya te vas a bañar y cambiar de ropa inmediatamente!”.

Las mellizas, escondidas de mamá tras una puerta me miraban solidarias, admiradas
y compasivas conmigo, me alcanzaban toallas y ropa limpia. Parecían mis niñas de Ayohuma. Pero antes de esto, yo había inaugurado mi vida militante al lado de compañeros que, desde la villa, se habían conectado con otros militantes que estaban en lo sindical. Nos unía, si querés, la misma concepción obrera y revolucionaria del peronismo y cuando teníamos que jugarnos lo hacíamos.

Mi viejo Manzur siempre fue peronista y militó. Es un gran tipo y siempre me acompañó en todo. Me acuerdo cuando era chico, cuando yo empezaba a militar, él me llevaba a las reuniones y se quedaba esperando por el miedo a ver qué pasaba, era la época de Onganía, había mucha represión. Sobre todo lo que mi viejo me transfirió fue la necesidad de leer, de que había que leer historia, sobre todo historia, que a él le apasiona.

Yo, como todos, empecé a militar como parte de un compromiso social concreto,
como parte de una mística, como parte de una utopía y como parte de un compromiso de lucha de poder.

Caminé por muchos oficios (pintor de autos, encordador de raquetas de tenis, albañil, instalador de vidrios) tocando de oído en todas partes, pero eso sí, por sobre todo fui y soy un militante popular. Y siempre he sentido esto como lo que es, un acto de entrega permanente.

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notes:

[1Los caminos de Germán Abdala
Jorge Giles, fragmento

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